Emilio, el judío errante.

Una tarde de cine, recuerdas, linda tarde, éramos tres, nuestros pasos por Pedro Montt, hablamos de la magia y la tristeza, nos fuimos a clases de Española y entre Quijote y Sancho se nos pasó el semestre.

Seguimos en el verano entre tanto mito y La Rama Dorada, entre La Rayuela de Cortázar y unos cadáveres escritos en El Fausto, entre Gatos Negros y viejas canciones en francés.

Interminables jornadas leyendo trás los pasos del cronopio barbado, en ese laberinto de ecos, risas y literatura: papel y tinta nuestros aromas favoritos.

Terminamos confundidos entre blues y jazz, saltando entre casillas, recorriendo los mandalas y convirtiéndonos en personajes de nuestros personajes, quedamos enredados para siempre en la pantalla triste de ese cine enmudecido.